Un Perdón que no condena, Reconstruye. El Evangelio de Hoy Lectura del santo evangelio según san Juan (8,1-11)
El Evangelio de Hoy Lectura del santo evangelio según san Juan (8,1-11)
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Hoy, domingo, 3 de abril de 2022
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (43,16-21):
Esto dice el Señor, que abrió camino en el mar y una senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, la tropa y los héroes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, corrientes en el yermo.
Me glorificarán las bestias salvajes, chacales y avestruces, porque pondré agua en el desierto, corrientes en la estepa, para dar de beber a mi pueblo elegido, a este pueblo que me he formado para que proclame mi alabanza».
Palabra de Dios
Salmo
Sal 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6
R/.El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres
Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R.
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. R.
Recoge, Señor a nuestros cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. R.
Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. R.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (3,8-14):
Hermanos:
Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una
justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.
Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos.
No es que ya haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo.
Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacía el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.
Palabra de Dios
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (8,1-11):
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
– «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
– «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
– «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
– «Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
– «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor
Enrique Martínez de la Lama-Noriega
UN PERDÓN QUE NO CONDENA, RECONSTRUYE
Los letrados y fariseos eran considerados (por la gente y por ellos mismos) los responsables de la moralidad pública. Estudiaban y se conocían al dedillo las normas, los criterios morales, los comportamientos inaceptables, lo que dictaban las autoridades religiosas. Incluso hablaban «en el nombre de Dios», cuya voluntad conocían perfectamente puesto que estaba recogida en las normas oficiales. Pretendían acabar con la corrupción social y religiosa. No era un mal propósito. Y andaban «a la caza» para pillar, denunciar y condenar. Eso sí: procuraban que fueran otros los que aplicaran las sentencias. Ellos conservaban sus manos «limpias» y su conciencia tranquila, al haber conseguido reducir la inmoralidad y el pecado.
En la escena de hoy la mujer realmente no pinta gran cosa. El objetivo es Jesús. Lo cierto es que Moisés mandaba apedrear a los adúlteros. Al hombre y a la mujer: ¿y él dónde está?
Cuando se pone la ley/norma al lado de un pecado concreto, la sentencia adquiere rigor matemático. Pero las cosas cambian cuando al lado de la ley se coloca a una persona concreta. Esto pocas veces lo hacemos. Algunos prefieren «cargarse» a la persona antes que cuestionar la ley, o plantearse si es justa. Les resulta impensable sospechar que quizá la Ley no haya que aplicarla como ellos la entienden. Están deseando «tirar piedras».
Esta gente que rodea a Jesús, «armada» con una mujer a la que han «pillado» pecando, se siente representante de la Institución Judía y del mismo Dios, y pretenden ponerle una trampa: A ver si se atreve a decir algo en contra de «lo que está escrito», de sus sagradas leyes (es decir: de Dios). A ver si así deja de una vez de hablar de «misericordia» y de comprensión en el nombre de Dios. Nada de tener manga ancha con los débiles y pecadores. Hay que cumplir lo que ha mandado Moisés.
Todo está a punto: el delito evidente, los testigos, las piedras en las manos y la Ley que mandaba matar. Jesús: «¿tú qué dices?«.
Pero Jesús no dice, «hace». Y lo primero que hace es callar, dar tiempo al silencio, esperar. Da una oportunidad a los acusadores a ver si son capaces de mirar la situación de otro modo, con calma, con otros ojos, a ver si alguien tiene algo «nuevo» que aportar. Pero es inútil. Todo está muy claro; están seguros de tener razón. Para ellos no hay otro camino. Son un ejemplo de aquel dicho: «Sabes muy bien dónde mirar: por eso no consigues encontrar a Dios«.Porque Dios es imprevisible, original, sorprendente. Si crees que entiendes, es señal de que no entiendes nada. Pero a esta mentalidad educada y dependiente de preceptos, normas, leyes, definiciones, juicios y condenas… le resulta casi imposible dar el salto. No saben nada de Dios. Han hecho a Dios a su imagen. Precisamente aquello que está tan prohibídisimo en el primer mandamiento, el más importante: hacerse imágenes de Dios (Éxodo 20, 2-5).
El Maestro pide a todos aquellos señores con vocación de jueces que dejen de acusar, que no miren a los demás siempre desde arriba, que se pongan al nivel de todo el mundo, que traten de experimentar de algún modo la debilidad de los demás, y que recuerden sus propias incoherencias y pecados. Él mismo optó entrar en nuestro mundo «bajando», poniéndose a nuestra altura, hasta el punto de rebajarse hasta morir en una cruz. Por eso, tal vez, ante estos señores «tan altos», tan prepotentes, tan intransigentes, tan subidos en su verdad y en su cátedra, él se baja, se echa al suelo, donde está tirada la mujer. Sólo desde donde está ella se puede hacer un juicio justo. ¡Pobre del que no se acuerda de esto: más pronto o más tarde terminará lanzando piedras! El que se olvida de sus propios pecados y de la misericordia que han tenido con él, al final no será capaz de resistir la tentación de apedrear a cualquier pecador que se le ponga por delante.
El diálogo final entre Jesús y la mujer tiene una ternura especial. Ella necesita, por encima de todo, que la reconstruyan: Está destrozada. No ha abierto la boca. Y esta es la tarea que asume el Señor. Como si recordara esas palabras de Isaías que hoy hemos escuchado: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo». Lo importante no es lo que ha pasado, sino lo que tiene que brotar, lo nuevo. Ella necesita un camino en su desierto, un río en su vida seca.
¿Cómo llegó a tan lastimosa situación? ¿Qué pasaría en su vida de pareja para que haya tenido que ir a buscar cariño a otro sitio? ¿Qué ganamos con apedrearla? Lo que debiera importarles e importarnos es que se rehaga, que se encuentre a sí misma, que sea una persona nueva…
¿Habéis visto aquí la «penitencia» que Jesús pone ante un pecado evidente? ¿Habéis visto cómo riñe a la mujer? ¿Habéis visto qué condiciones le pone para perdonarla? Si recordáis la parábola del domingo pasado: ¿Le echo aquel padre alguna«bronca» al hijo derrochador, desobediente y cabeza loca? ¿Recordáis que le dijera: «vas a tener que demostrar que estás arrepentido»? Incluso le defiende ante el juicio objetivo e implacable de su hermano. Su perdón es sin condiciones, un «regalo», que es lo que significa «per-dón», un gran regalo inmerecido.
Y es que Dios cuando se encuentra con el pecado, sólo le inquieta una cosa: ¿Qué hacemos para vencerlo? ¿Cómo superarlo? No importa lo que ha pasado, lo que hemos hecho: «Yo tampoco te condeno«. Él lo que procura es hacer que surja algo nuevo en nosotros. Porque la peor situación es la desesperanza, el sentirse «malo», superado, humillado, vencido. Así no hay progreso espiritual ni revitalización cristiana ni eclesial, ni salvación. Y el hombre/mujer se pierde.
Necesitamos escuchar la voz que Dios quiere dirigirnos en nuestro pecado y ante el pecado que descubrimos en los otros: Necesitamos sentirnos nuevos, que se nos abran los caminos. Necesitamos escuchar muchas veces de sus labios: «Yo tampoco te condeno, anda y no peques más», y se nos caerán todas las piedras de las manos.
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf.
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