«Mucha ansiedad y también mucho cansancio», confiesa Pedro Gaspar. La fatiga de este bailarín viene de largos meses de exigentes ensayos. La «ansiedad» se explica en pocas palabras: el carnaval de Rio de Janeiro, Brasil, por fin va a comenzar.
«Aquí le llamamos TPC, ‘tensión precarnaval’, que sentimos todos quienes participamos de una escuela de samba», dice a la AFP.
Gaspar, de 30 años, gran sonrisa y evidente elegancia, es uno de los «passistas» de Unidos de Vila Isabel, una de las doce prestigiosas escuelas de samba que desfilarán las noches del domingo y lunes en el Sambódromo de Río.
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«El carnaval ya está aquí», es la frase en boca de todos los locales.
En los últimos días, los «blocos», procesiones musicales tan modestas como gigantescas, se han extendido por toda la ciudad, atrayendo a multitudes con creativos disfraces que bailan ritmos variados, ebrias de alegría y cerveza.
Pero, como cada año, además del carnaval callejero, la fiesta culminará con suntuosos desfiles en el Sambódromo, con capacidad para 70.000 espectadores.
Diseñado por el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, el monumento de hormigón celebra su 40º aniversario.
La samba que suena es centenaria. Pero esta música creada por comunidades negras descendientes de esclavos africanos llevados a la fuerza a Brasil sigue siendo igual de imaginativa y potente.
Carrozas monumentales, bailarines con trajes brillantes y grupos rítmicos sensacionales defenderán los colores de su escuela en una feroz competencia.
Más allá de las actuaciones, el carnaval continuará demostrando su relevancia política y social.
El programa exalta a figuras negras a veces poco conocidas, tradiciones con raíces africanas, y también honra a las comunidades indígenas.
La escuela Salgueiro celebrará así la resistencia de los yanomami, un pueblo nativo de la Amazonía que vive una grave crisis humanitaria provocada principalmente por la explotación ilegal de oro.
El drama se agravó durante el gobierno del presidente de ultraderecha Jair Bolsonaro (2019-2022), y su sucesor de izquierda, Luiz Inácio Lula da Silva, lucha sin resolverlo definitivamente.
«El desfile de las escuelas de samba sigue siendo un lugar donde Brasil se piensa a sí mismo», teoriza el antropólogo Mauro Cordeiro, especialista en cultura de la samba.
«El carnaval carioca hoy es un espacio donde se discuten las cuestiones políticas y sociales fundamentales de Brasil», añade.
Y aunque hay espacio para la ligereza -el éxito de los desfiles de 2024 es una canción dedicada al cajú, una fruta con un jugo tan delicioso como su famosa castaña-, el carnaval es un asunto serio.
Las fiestas en RÍo, que según proyecciones oficiales generarán ingresos por turismo de 5.300 millones de reales (más de 1.000 millones de dólares), no escaparán a las preocupaciones corrientes.
La seguridad, por ejemplo. Las autoridades han anunciado el despliegue de miles de policías en toda la región durante el carnaval, particularmente en los alrededores del Sambódromo.
AFP
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