Apuntes del Cronista: Mi amigo y maestro Rutilio Ortega
La primera vez que tuve la oportunidad de acercarme a Rutilio Ortega fue en el año 1996, cuando se celebró en Puerto Ordaz el Congreso Nacional de Historia Regional y Local. Para entonces, una delegación del Zulia asistió a este evento, donde además del Dr. Ortega acudieron profesores, personal de investigación, así como un grupo de estudiantes de la Universidad del Zulia, del cual formé parte. Un autobús gestionado por el Dr. Germán Cardozo Galué hizo posible nuestro traslado; para entonces, me encontraba cursando los primeros semestres de la Licenciatura en Educación, Mención Historia.
Rutilio Ortega ya no daba clases en el pregrado por encontrase jubilado, pero su nombre era conocido por quienes estudiábamos Historia en la Escuela de Educación de la Universidad del Zulia. Este primer acercamiento fue precario: lo extenso del viaje, el cansancio y las múltiples actividades de Rutilio en el congreso no me permitieron conversar con él; para entonces sólo vi a un profesor muy distinguido y admirado por sus colegas, que exteriorizaba los rasgos propios de su personalidad: reservado, de pocas palabras, serio (aunque alegre y distendido entre las personas que consideraba cercanas) y, sobre todo, rebelde con respecto a todo convencionalismo.
De regreso a Maracaibo no volví a tener noticias de Rutilio ni coincidimos en otra actividad, hasta el año 1998. Fue en julio de aquel año, durante las fiestas patronales de Machiques que nos volvimos a ver, esta vez por la deferencia de uno de mis amigos de Perijá que le conocía y me llevó hasta él para saludarle. Recuerdo que este amigo en común, al momento de presentarme, le dijo: “Tito, este es Reyber; él es amigo del Obispo”. Se refería a Mons. Ramiro Díaz (para entonces Vicario Apostólico de Machiques) con quien tengo una amistad de muchos años. A Rutilio le interesó mi amistad con Monseñor, al punto de plantearme una conversación sobre historia de la Iglesia y abrirse a expresarme sus inquietudes sobre asuntos de fe; en ese momento se mostraba escéptico con respecto a Dios y su providencia; pero con el tiempo, la experiencia de escribir un libro sobre la Virgen de Chiquinquirá y el frecuentar la basílica (pasando momentos contemplando la sagrada imagen de la Virgen), le llevó a reconciliarse con la idea de la existencia de Dios.
Un año después, en 1999, me encontraba culminando mis estudios de pregrado. En varias ocasiones estuve en la sede central de los Servicios Bibliotecarios de la Universidad del Zulia (SERBILUZ) y pasaba a saludar a Rutilio, quien disponía de una oficina en esta dependencia, lo que facilitaba su trabajo de investigación. Un año después le hablé de mi intención de cursar la maestría en Historia de Venezuela en LUZ y le propuse ser mi tutor. Por diversas razones relacionadas con su tiempo de trabajo y también con su personalidad un tanto huraña, no asumía este tipo de compromisos y los eludía. Sin embargo, de manera generosa aceptó acompañarme y tuvo la iniciativa de orientarme en la selección y delimitación del tema de mi trabajo de investigación.
Desde entonces, comencé a recibir de Rutilio las enseñanzas y las experiencias de aprendizaje que surgen de la relación entre un maestro y su discípulo (El Pichón, me decía con sorna cargada de afecto, refiriéndose a mi edad), que con el tiempo abrió paso a una amistad profunda y sincera.
Verle trabajar fue la lección más significativa en lo que respecta a la formación que me brindó en el campo de la investigación histórica. Siempre se mostró disciplinado y metódico: llegaba temprano a SERBILUZ, se ubicaba en su mesa, tomaba un poco de café y seguidamente empezaba a consultar las fuentes documentales que previamente había seleccionado; ordenaba la información que ubicaba en ellas; tomaba nota en fichas que elaboraba con papel de reciclaje; sólo hacía un par de pausas para conversar conmigo, plantearme alguna idea o simplemente soltar algún chiste o comentario que aliviara el cansancio de la jornada. Me insistía en el razonamiento lógico y el sentido común que debe prevalecer en el historiador al momento de interrogar y cotejar las versiones de distintas fuentes sobre un mismo hecho. Percibí en él a un humanista integral que no sólo se había formado como historiador, sino que además dominaba los campos de la literatura, la pedagogía y la música.
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En varias momentos me aconsejó acerca de lo inconveniente que resulta dejarse arrastrar por la ambición y la vanagloria. Decía que para él valía más el estar donde pudiera sentirse útil y feliz, que permanecer en un sitio donde los halagos y las atenciones le hicieran perder la paz y el sosiego. Consecuente con este ideal, en cierta ocasión me hizo saber su decisión de no aceptar la postulación que alguien vinculado a una importante corporación académica de Caracas le propusiera para que formara parte de esta; le pregunté acerca de las razones por las que dejaba pasar este honor, y me respondió que toda su vida le había causado angustia permanecer en Caracas, por lo que prefería no estar viajando a la capital y quedarse tranquilo en Maracaibo. Por tanto, su prioridad no era el reconocimiento sino sentirse a gusto, haciendo lo que realmente le llenaba de satisfacción: leer, investigar, escribir y enseñar.
Enseñaba con el ejemplo, como buen maestro. Y es que en efecto, Rutilio nunca se desentendió de su formación inicial como Maestro Normalista, por eso se interesó no solamente en la investigación histórica sino también en la enseñanza de la historia. Tengo presente en este momento sus grandes aportes didácticos con los textos escolares: Tierra del Sol Amada, de la Editorial Santillana; así como Historia y Geografía del Estado Zulia, con J&M Editores.
No puedo dejar de mencionar su acompañamiento y aportes invaluables en la edición del libro Manual de Introducción a la Historia, con el cual nos propusimos contribuir a la formación de las nuevas generaciones de historiadores.
Me resulta complejo identificar y comentar brevemente todas sus publicaciones. Cada una de ellas nos muestran la profundidad de su legado, sobre todo en lo que más le ha apasionado: la historia del Zulia y de su amada Maracaibo. ¡Cuánta añoranza percibí en él por sus vivencias en El Saladillo! ¡Y cuánta impotencia y frustración por la destrucción de su entrañable vecindario! De esta nostalgia nacieron Crónicas del Saladillo, donde nos narra los recuerdos, las imágenes y la cotidianidad que él conserva en el corazón, de aquellos años de mocedad que transitó en su lar saladillero.
El arraigo de Rutilio dio paso a su acendrado regionalismo, identidad que además reforzó con una permanente labor de investigación sobre la historia regional y local, la cual desembocó en la publicación de: El Zulia en el Siglo XIX, así como Historia de Machiques de Perijá, Historia e Identidad Regional Zuliana, Venancio Pulgar, Obras Selectas del Dr. Francisco Ochoa, Aproximaciones sobre Teoría y Método de la Historia Regional, entre otros muchos libros que en algún momento deben ser compilados y reeditados como Obras Completas de Rutilio Ortega, iniciativa muy necesaria para consolidar la identidad y el genuino regionalismo zuliano.
Me alegra esta oportunidad de expresar mi gratitud y reconocimiento a Rutilio Ortega, un maracaibero que dedicó su vida a la investigación y a la enseñanza de la historia local y regional; pienso que su perseverancia dio frutos abundantes, no sólo por las importantes obras que ha publicado en los campos de la historia y la literatura, también porque nos ha enseñado con el ejemplo a valorar nuestras raíces, a reconocernos parte de un Zulia que debe estar unido en la defensa de su progreso.
Finalmente, debo decir que Rutilio Ortega se donó a sí mismo y se desgastó en favor de esa Ciencia de la Historia en la que él creía, una Historia comprometida y al servicio de la conciencia.
Gracias, amigo y maestro Rutilio Ortega.
Dr. Reyber Parra Contreras, cronista de Maracaibo, profesor de historia de Venezuela en la Universidad del Zulia, miembro de la Academia de Historia del Estado Zulia
E-mail: [email protected] -Instagram: @cronistademaracaibo – X @CronMaracaibo
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