Apuntes del Cronista: Maracaibo y su matiz agropecuario
Maracaibo es, esencialmente, una ciudad puerto; por lo que esta condición define su identidad, esculpida en el transcurso de la historia.
Sin embargo, también es cierto que nuestra ciudad posee otros atributos que tal vez no han sido debidamente valorados desde el punto de vista historiográfico, posiblemente porque se encuentran opacados por la impronta de la actividad portuaria en la cultura del maracaibero. Hoy en día, el aminoramiento portuario de Maracaibo en comparación con el dinamismo experimentado en el siglo XIX, hacen más visibles algunos rasgos secundarios de la ciudad.
Uno de estos rasgos lo encontramos en el ámbito agropecuario, del cual -aunque no podemos afirmar que sea esencial en la comprensión de la identidad local-, debemos reconocerlo en la historia de Maracaibo, para ubicarlo en el conjunto de expresiones que amalgaman el ser maracaibero.
Al igual que ocurrió con los centros poblados fundados en la etapa inicial del período monárquico-colonial de Hispanoamérica, Maracaibo debió transitar el primer ciclo de su fundación desarrollando la facultad de proveer alimentos a su población, tarea que resultaba cuesta arriba, debido a las complicaciones propias de un espacio carente de algún río en su zona próxima.
A pesar de la escasez de agua dulce y potable, Fray Pedro de Aguado refiere que los primeros pobladores hispanos de Maracaibo cultivaron árboles de granada, parras del solar castellano y frutales nativos.
La solución más práctica para dotar de agua a la ciudad, entre los siglos XVI y XIX, fue la de aprovechar los períodos lluviosos. En efecto, algunos vecinos de Maracaibo tenían la posibilidad de construir aljibes en sus casas de techo de teja; de esta manera acumulaban agua que utilizaban para mantener cultivos y rebaños, sobre todo en la periferia urbana donde funcionaron pequeñas unidades de producción agrícola y pecuaria que conocemos como hatos.
Según el Diccionario de Autoridades, a inicios del siglo XVIII el vocablo hato aludía a un rebaño o manada con muchas cabezas de ganado; la asociación de los predios con los rebaños debió influir para que aquellos comenzaran a ser entendidos de acuerdo con una de las acepciones que la Real Academia Española le asigna al término hato: sitio que, fuera de las poblaciones, eligen los pastores para comer y dormir durante su permanencia allí con el ganado. José Domingo Medrano en sus Apuntaciones para la crítica sobre el lenguaje maracaibero, del año 1883, nos dice que “en nuestro lenguaje hato se llama cualquier casa de campo, desde las suntuosas de recreo hasta las miserables chozas, y aún cuando no tengan ningún animal de cría”.
Para la época de Medrano, Los Haticos era un conjunto de casas de campo que podían o no tener ganado; pero en otros puntos de la ciudad los hatos si funcionaban con cultivos y ganadería.
La ubicación de los hatos en Maracaibo ha variado con el tiempo, en un continuo desplazamiento inducido por su crecimiento urbano, a tal punto que lo que hoy vemos como zona residencial o urbanizada, en el pasado fue asiento de modestos predios ubicados en los linderos de la ciudad.
Tal y como ha sido característico de las grandes ciudades, Maracaibo ha presentado la conformación de espacios rururbanos, lo cual implica que su expansión urbana incorpora espacios de producción agrícola, apropiándose del suelo rural circundante.
Para formarnos una idea con respecto a esta afirmación, a finales del siglo XVI el límite Este de Maracaibo, en lo que hoy es el área ocupada por el Hospital Central, los esposos Francisco Ortiz e Inés del Basto (matrimonio procedente de Castilla) establecieron un fundo o hato con dos aljibes, veinte vacas y cincuenta cabezas de ganado cabruno, además de algunos árboles frutales.
Más tarde, en el siglo XVIII, Monseñor Mariano Martí realizó su visita pastoral a Maracaibo y refirió haber observado en esta misma zona un rebaño de ganado vacuno perteneciente al Hospital y Ermita de Santa Ana.
La cría de ganado en la periferia de Maracaibo condujo a su regulación mediante el registro de hierros por parte de los ganaderos ante las autoridades locales.
De esta manera, en 1654 Diego Baptista tramitó el hierro de su ganadería, adquiriendo el sello tercero de un real, que para la época era una modalidad del papel sellado (lo que hoy conocemos como timbre fiscal) de Felipe IV, rey de España. Este documento de gran valor patrimonial es el más antiguo que reposa en el Archivo del Municipio Maracaibo.
Testimonios de finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII, específicamente los de Gonzalo de Piña Ludueña y Diego Villanueva y Gubaja, refieren que para la época había abundante ganadería en los alrededores de Maracaibo, con hatos de ganado vacuno y caprino que pertenecían a los vecinos de la ciudad.
La necesidad de ubicar espacios más propicios para el fomento de esta actividad, donde existiese abundante provisión de agua, incentivó la ocupación de las tierras al Sur y Oeste de Maracaibo, por lo que ya en la primera mitad del siglo XVII encontramos la presencia de pequeños productores entre Maracaibo y La Cañada, en hatos como: La Ranchería, Santa Ana, Hato de Ignacio Lizaurzábal, Hato El Guadual y Hato de Diego Felipe Pirela (véase al respecto la valiosa obra historiográfica de Luís Rincón Rubio sobre la historia de La Cañada de Urdaneta).
Por su parte, la fundación de Villa del Rosario, entre 1722 y 1724, también estuvo asociada con el interés de los ganaderos maracaiberos de establecerse en una zona propicia para el fomento de sus rebaños. Al Sur y Oeste de Maracaibo, más allá de sus linderos a incicios del siglo XIX, existían hatos en lo que hoy conocemos como San Francisco, Pomona y El Jobo, donde se desarrollaban actividades agrícolas y pecuarias. Juan Besson en su Historia del Estado Zulia indica que para entonces abundaba el ganado cabruno en las sabanas de Maracaibo, y que en muchas casas de familias maracaiberas se criaban aves y cerdos.
A su vez, en el primer tercio del siglo XX, la agroindustria encontró espacio en el ámbito productivo de Maracaibo. Cabe destacar, al respecto, el liderazgo del empresario Federico Rincón Harris en este ramo de la economía de la ciudad, quien era propietario de una fábrica de aceite de ajonjolí, otra fábrica de aceite de semillas de algodón y una desmotadora de algodón, cuyos productos se comercializaban dentro y fuera de Venezuela.
Debemos acotar que en las sabanas de Maracaibo se daba en forma espontánea el algodón silvestre, pero a finales del siglo XVIII el Brigadier de los Reales Ejércitos Joaquín Primo de Rivera (gobernador de la Provincia de Maracaibo entre 1787 y 1794) introdujo a la ciudad semillas de algodón de fibra larga, procedentes de Perú, con lo cual propició el cultivo y comercialización de este rubro en la provincia marabina.
En lo que respecta al ámbito pecuario y su industrialización, debemos señalar que la dedicación de algunas familias a la cría de ganado en la zona periurbana de Maracaibo fue arraigándose mediante una dilatada tradición, caracterizada por su continuidad desde la época fundacional de la ciudad hasta la actualidad.
De esta rica tradición se gestó la industria láctea regional en la primera mitad del siglo XX, con experiencias emblemáticas como fue el caso de la fundación del lactuario Alfa en 1937, ubicado en Los Haticos; y algunos años después, en 1952, la conformación de la Unión de Productores Agropecuarios S.A. (UPACA), empresas que fueron concebidas para captar la producción de leche local, a fin de pasteurizarla y fabricar quesos, mantequilla y nata.
Estas empresas pioneras serían el fermento para la posterior aparición de nuevas iniciativas industriales, entre ellas la empresa Pacomela, cuyas operaciones iniciaron en Maracibo en 1987; y la corporación Genica, en 1996, para la producción de Lactovisoy.
Hoy en día se mantiene el perfil agropecuario del área periurbana de Maracaibo, sobre todo en lo que concierne a las parroquias Francisco Eugenio Bustamante, San Isidro y Venancio Pulgar, al Oeste de la ciudad. En estas dos últimas demarcaciones, el gobierno municipal del Alcalde Rafael Ramírez, con el acompañamiento de la Facultad de Agronomía de la Universidad del Zulia, vienen estimulando los cultivos de maní, rubro no tradicional que posee un gran potencial productivo, cualidad que también está presente en la yuca, el cebollín, la lechosa, el algodón y otros cultivos que responden muy bien a las condiciones del suelo y a la pluviometría de Maracaibo.
Sin embargo, una investigación de inicios del siglo XXI, a cargo de la profesora Esthela Ludovic, muestra que en las parroquias Francisco Eugenio Bustamante y Venancio Pulgar prevalece la práctica del monocultivo y la poca diversificación en la cría de especies animales; la yuca es el principal cultivo, y en menor medida se cosechan sábila y berenjena; mientras que en explotación ganadera, la parroquia Francisco Eugenio Bustamante se orienta más a la producción de carne de cerdo, lo que es menos significativo en la parroquia Venancio Pulgar, donde predomina la ganadería bovina.
Por consiguiente, nos resulta razonable recomendar el trabajo mancomunado entre los entes gubernametales y la iniciativa privada, a fin de desarrollar el potencial agrícola y pecuario del perímetro maracaibero, mediante estrategias de intervención que repondan a un plan integral, que pueda ser concebido a partir de la participación de los pequeños productores, con el asesoramiento de las instituciones competentes.
Maracaibo, cuyo escudo nos recuerda su condición de ciudad puerto, también se muestra polifacética, capaz de crecer en diversos ámbitos de la producción y del comercio. Ella, cual ciudad fenicia, está abierta al mundo -como su horizonte lacustre-, lo que le otorga policromía, como diversas son sus raices y sus potencialides.
Dr. Reyber Parra Contreras/Cronista de Maracaibo. Profesor de historia de Venezuela en la Universidad del Zulia. Miembro de la Academia de Historia del Estado Zulia.
E-mail: [email protected] Instagram: @cronistademaracaibo Twitter: @CronMaracaibo
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